Nuestra obra, ¿la hemos hecho de tal manera que soportará la inspección del Maestro, el cual ha dado a cada persona una obra de acuerdo con sus habilidades? ¿Será consumida como paja, madera y rastrojo, indigna de ser preservada? ¿O soportará la prueba del fuego?…

Se ha hecho toda provisión para que podamos alcanzar a la altura de la estatura en Cristo Jesús, que satisfará la norma divina. Dios no se agrada de sus representantes si se conforman con ser enanos cuando podrían crecer a la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo. Él quiere que tengáis altura y amplitud en la experiencia cristiana. Él quiere que tengáis grandes pensamientos, aspiraciones nobles, claras percepciones de la verdad y elevados propósitos de acción. Cada año que pasa debería aumentar el anhelo del alma por la pureza y la perfección del carácter cristiano. Y si este conocimiento aumenta de día en día, de mes en mes, de año en año, no será una obra que será consumida como heno, madera o rastrojo; sino que estará colocada en la piedra fundamental, oro, plata y piedras preciosas— obras que no son perecederas, sino que soportarán los fuegos del día final.

¿Es hecha nuestra obra terrenal y temporal con una fidelidad, un esmero que soportará el escrutinio? ¿Testificarán contra nosotros en el día de Dios aquellos a quienes hemos hecho mal? Si es así, el registro ha pasado al cielo, y lo volveremos a encontrar. Debemos trabajar para el ojo del gran Capataz, ya sea que nuestros laboriosos esfuerzos sean vistos y apreciados por los hombres o no. Ningún hombre, mujer o niño puede servir aceptablemente a Dios realizando una obra descuidada, casual y fingida, sea en el trabajo secular o en el servicio religioso. El verdadero cristiano tendrá un ojo limpio para percibir la gloria de Dios en todas las cosas, animando sus propósitos y fortaleciendo sus principios con este pensamiento: ‘Hago esto para Cristo.’
Si tenemos poco tiempo, mejorémoslo seriamente. La Biblia nos asegura que estamos en el gran día de la expiación. El día típico de la expiación era un día cuando todo Israel afligía sus almas ante Dios, confesaba sus pecados y acudía ante el Señor con contrición de alma, con remordimiento por sus pecados, con arrepentimiento genuino, y con una fe viviente en el sacrificio expiatorio.

Si ha habido dificultades hermanos y hermanas, si han existido envidias o malicias, amarguras, malas suposiciones, confesad estos pecados, no en una forma general, sino que id a vuestros hermanos y hermanas personalmente. Sed definidos. Si habéis cometido un mal y ellos veinte, confesad ese mal como si vosotros fuerais el principal ofensor. Tomadlos de la mano, dejad que vuestros corazones se ablanden bajo la influencia del Espíritu Santo, y decid: ‘¿Me perdonas? No me he sentido bien contigo. Quiero enmendar todo mal, para que ninguna cosa quede registrada contra mí en los libros del cielo. Yo debo de tener un registro limpio.’ ¿Quién creen ustedes que resistiría esta iniciativa?
Hay demasiada frialdad e indiferencia—demasiado del espíritu que dice: ‘No me importa’—ejercido entre los profesos seguidores de Cristo. Todos deberían sentir un cuidado los unos por los otros, guardando celosamente los intereses de cada uno. ‘Amaos los unos a los otros.’ Entonces podremos estar como una fuerte muralla contra las artimañas de Satanás. En medio de la oposición y de la persecución no nos uniremos a los vengativos, no nos uniremos con los seguidores del gran rebelde, cuya obra especial consiste en acusar a los hermanos, en difamar y manchar sus caracteres.

Que el resto de este año se mejore en destruir toda fibra de la raíz de la amargura, enterrándolas en la tumba con el viejo año. Comenzad el nuevo año con una estima más tierna, con un amor más profundo hacia cada miembro de la familia del Señor. Uníos. ‘Unidos permaneceremos; divididos caeremos.’ Tomad una norma más elevada y más noble que nunca antes.
Muchos parecen ser inalterables en la verdad, firmes, decididos en cada punto de nuestra fe; sin embargo hay una gran carencia en ellos,―la ternura y el amor que marcaron el carácter del gran Modelo. Si un hermano erra de la verdad, si cae en la tentación, no hacen ningún esfuerzo por restaurarlo con mansedumbre, considerándose a sí mismos para que no sean tentados. Parecen considerar como su trabajo especial subirse a la silla del juicio para condenar y desfraternizar. Ellos no obedecen la Palabra de Dios que dice: ‘Vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre.’ El espíritu de este pasaje es demasiado raro en nuestras iglesias. Es la falta de él lo que deja afuera al Espíritu de Dios del corazón, del hogar, de la iglesia. ¿No practicaremos de ahora en adelante el plan bíblico de restaurar a los errantes en el espíritu de mansedumbre? ¿No tendremos el espíritu de Jesús y obraremos como él obró?

Permaneced alejados de esa disposición de desplazar a un hermano, incluso si creéis que no es digno, incluso si ha obstaculizado vuestro trabajo al manifestar un espíritu de independencia y terquedad. Recordad que él es propiedad de Dios. Errad siempre del lado de la misericordia y la ternura. Tratad con respeto y condescendencia incluso a vuestros enemigos más amargos, que os lastimarían si pudieran. No dejéis escapar una sola palabra de vuestros labios que les dé la oportunidad de justificar su curso en el menor grado. No deis ninguna ocasión a ningún hombre de blasfemar el nombre de Dios o hablar irrespetuosamente de nuestra fe por cualquier cosa que hayáis hecho. Necesitamos ser sabios como la serpiente e inofensivos como la paloma.

El año viejo está en su lucha de muerte; dejad que toda ira, malicia y amargura mueran con él. Por medio de una sincera confesión, dejad que vuestros pecados vayan de antemano al juicio. Dedicad los momentos restantes del rápido año que está pasando a la humillación del yo en lugar de tratar de humillar a vuestros hermanos. Con el nuevo año, comenzad el trabajo de levantarlos, comenzad incluso en los últimos momentos del año viejo. Hermanos y hermanas, vayan a trabajar de nuevo, vayan a trabajar fervientemente, desinteresadamente, con amor, esforzándose por levantar las manos caídas, fortalecer las rodillas débiles, eliminar las pesadas cargas de cada alma. Dejad en libertad a los oprimidos y romped cada yugo.”—The Review and Herald, 16 de diciembre de 1884.

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